CRITICAS
Critica Silandeiras 2009. Xose A.Castro. Critico de Arte
En el contexto de hibridación de géneros que habitan las artes visuales, en los últimos veinte años, la pintura es el único reducto que logra democratizar los consensos, porque une todos los tiempos posibles, en particular el pasado y el presente. El pintar como placer compartido que defendía Edmond Jabès en su poemario Yaël aún es válido para pensar que el arte es un lugar de encuentro, de debate y un escenario para hablar de la vida. Por ahí circula, a mi entender, la pintura de Xan Vieito, a la que accedí hace ya muchos años y que, en la actualidad, ha logrado despojar de una narrativa puramente figurativa para situarse en la sugestión y en el valor crítptico de las imágenes sometidas a ritmos y a geometrías acompasadas que ponen de manifiesto la musicalidad de sus composiciones: grupos emulsivos y gestuales, siluetas escondidas que perfilan rostros orientales que se iniciaron en la identidad del más puro dibujo de Castelao –uno de los grandes dibujantes de la España del primer tercio de siglo XX-, pero que pronto serpentean hacia una visceralidad donde el cuerpo deviene paisaje y los gestos posición abstracta que licúa el color como un acto de placer de la autorreferencialidad kantiana. Esto es, la historia es sólo una sombra menor que asoma –los rostros y cuerpos en sus siluetas dicen más por lo que ocultan que por lo que ponen de manifiesto- y el lenguaje es el juego de la experiencia que permite privilegiar la pintura en su estado más puro, como un acto de afirmación o como un grito que hace explícito el sentimiento del vivir o del morir. Por todo ello su nueva narratividad es elíptica y sus caminos, cielos, enredos, mujeres, muñecas, crisálidas, cuentos, recovecos, dulcineas y cielos o ritmos exprimen una envolvente circularidad románica –contar simultáneamente y en tiempo presente- y abstracta, cíclica y en tantas ocasiones primitiva, tratando de alcanzar, tal vez, la esencia que definió siempre la pintura: huir de la reproducción para encaramarse al único instante de la vida que podemos lograr con el color o con la luz en un espacio ficticio que no tiene más límites que nuestra imaginación y la percepción del otro. Fue algo que había entendido Cy Twomby en su especular gestualidad radiográfica, aquélla que permitió decir a Rosalind Krauss que cuando el pintor vaciaba el lienzo de forma, éste devenía espejo, un vehículo de autorrevelación, algo que sería de la misma sustancia metafísica que la existencia del artista. Devolviéndole al artista la imagen de sus propios actos, le permitía observar, cara a cara, sus elecciones, juzgar la autenticidad de sus pretensiones de espontaneidad, de recreación de si mismo. Xan Vieito devuelve, de esta manera, los enredos y recovecos de la pintura a su propia secreción emocional y rescata sus imágenes más sencillas para hacernos compartir con él una pequeña y tierna historia de fábulas.
Critica Universos de Papel 2011. David Fontana. Psicologo y escritor
El arte de éxito representa una fusión de la realidad externa del mundo material con la realidad interna de los sueños, fantasías y recuerdos. Sin esta fusión, el arte no puede llegar a tener vida ni proporcionar al observador la sensación de identificación que le permite reconocer algo de si mismo en el cuadro que esta observando. Es la fusión de estas realidades externa e interna lo que hace de los cuadros de Xan Vieito una experiencia tan conmovedora. La belleza como de ensueño lanza un hechizo sobre el espectador permitiéndole entrar en un mundo encantado que le trae a la memoria acontecimientos semiolvidados de su propia vida y particularmente enterrados en lo mas profundo de los recuerdos de la niñez. En consecuencia los cuadros tienen una calidad universal puesto que, por un lado nos habla no solo de la propia infancia del artista sino de la infancia de cualquiera de nosotros, y por otro de la frágil vulnerabilidad que tanto caracteriza este periodo de la vida y que proporciona a los recuerdos de la infancia su textura de luces y sombras. Implícito en su pintura también esta el sentido de la impotencia del niño ante un mundo que solo entiende parcialmente y que la mayor parte del tiempo esta dominado por las emociones de los adultos de los que, de manera importante, su felicidad depende. Los cuadros expresan en parte su soledad y el sentido de que la infancia puede pasar con demasiada rapidez para apreciar su magia. A través de un empleo sutil del color y la forma humana, Xan representa al niño y al adulto ensamblados en un tipo de danza en que el adulto es un ser sin cara, enigmático. La mujer, que domina este enigma, representa el poder y el misterio, como si estuviera iniciada en secretos de los que el niño y el hombre están constantemente excluidos. El fondo en el que se mueven los adultos y los niños esta habitualmente vacío y sin embargo tan lleno de color y textura que parece agolparse con detalle obsesivo. A veces apacible y sutil, a veces atrevido y dramático, los colores se entrelazan en un tapiz encantado que parece un fluido de naturaleza cambiante en el que nosotros y el mundo nos movemos. La vida es representada en su obra como un peregrinaje hacia un destino medio visto, medio imaginado, un deseo espiritual por algo que ciertamente elude nuestro control.
Critica Universos de Papel 2011. Jose L. Ponce i Guitar. Critico de Arte
¿Que esconde ese mundo perdido en la inmensidad?. ¿Cuál es el contenido de su mensaje?. ¿Qué se siente al contemplar ese mundo de gran belleza plástica?.¿Nos tranporta quizás, a un universo y dentro de él, a una galaxia desconocida para el hombre?. Respuestas, que se hallan en el contenido de unos lienzos, que estrechan lazos con lo desconocido, sumergidos dentro de un cosmos que pide libertad. El artista nos interna en el sino, de una orbe de imágenes ensombrecidas por el color ocre usado, que le da una gran fuerza y vital emotividad. En realidad es una pintura de gran proyección, que parte de lo que es visible, para buscar un sitio dentro de un planeta real sujeto a sombras y formas armonizadas, de gran pryección artística, con una dinámica intencionada y, dispuesta a buscar un planeta mejor, dentro del universo del arte pictórico. Xan, usa su innata imaginación, para plasmar una denuncia, que parte de lo visible y reproducible, pero que expresa mediante una figuración muy bien acertada, fruto de una fructífera actividad artística, que le permite adentrase con valentía a unos contenidos motrices de apariciones y celajes, que se proyectan como sombras chinescas, motivadas por una derivación estética, de admirable coraje e intrepidez. Figuras que salen del espíritu aventurero del artífice, que lleva la abstracción en su interior.
Critica M'eu mar 2015. Ramon Rozas. Critico de Arte
I Hallazgo.
Al caer entre las aguas del mar en calma las lágrimas limpias, tibias y brillantes, eran por rubias hadas recogidas en anacarado cáliz. . (‘Bágoas de Nai’ [‘Lágrimas de Madre’]. Ramón Cabanillas).
Habla el mar. Una ola tras otra, en una cadencia ancestral que se vuelve un cascabel para el visitante. Para ese hombre que hace del mar una conversación de tú a tú. De un ser a otro ser, de un modo de ver el mundo al propio mundo, del infinito al infinito. El hombre acerca el oído y escucha, fija la vista y mira, extiende su mano y toca, hace de su nariz un compás y huele, y todo eso tiene un sabor, el de la pasión, el de la reflexión y la creación. Sabores que todos juntos recomponen el rostro de un mar que sigue a lo suyo, ola tras ola, sin percatarse apenas de nuestra presencia. ¿O tal vez sí? Son tantas las veces que estamos sin estar que cuando uno es consciente de dónde está el mar se atreve a hacerle caso, de responder a sus dudas y de invitarlo a su casa ofreciéndole todo tipo de agasajos. Lo difícil, como tantas veces en la vida, es lograr esa confianza, hacer de ese hilo invisible un cordón umbilical que te permita reconocer los latidos de la naturaleza, madre a la que despreciamos en demasiadas ocasiones, yendo, al fin y al cabo, contra nosotros mismos. Xan Vieito vive pendiente de ese hilo, de ese hablar con el mar que en un momento dado se convierte en diálogo, en conversación entre el mar y el hombre, sin intermediarios, mirándose fijamente. Todo es sinceridad y respeto, una conversación entre amigos. Porque “el mar es mi amigo”, dice el autor, que quiere convertir este trabajo en un homenaje para agradecerle todo lo que ese mar hace por él, y también por nosotros, aunque casi siempre lo despreciemos y no le consideremos como lo que se merece, como una parte de nuestra vida, como alguien que siempre está dando sin esperar nada a cambio. Pero el mar también es consciente de ello, y al mar no le gustas, sabe quién eres y qué haces, por eso no hace nada para reclamar tu atención. Le gusta sentirse solo, trabajando para sí mismo, escribiendo sus historias, componiendo sus mapas, trazando sus itinerarios, escondiendo sus manías. Ola a ola. Algunas de esas leyendas se escriben en la arena, huellas casuales, o no tanto, que son capaces de ser ellas mismas convirtiéndose en obras de arte. Líneas que se entrecruzan, caminos, geografías, abstracciones, territorios que al plasmarse muestran toda una geografía surgida del alma, de salpicaduras y espumas que dibujan con su azaroso pincel los secretos del mar. ¿Cuántas veces menospreciamos esos hechos? ¿Cuántas veces nuestra torpeza impide que nos fijemos y nos detengamos ante esos trazos? Pura belleza. Pero el mar también escribe sus leyendas en otras superficies, secretos ocultos en las conchas que hacen de su nácar un asombroso fluir de ideas, percepciones y sensaciones. Allí está todo; tan solo hay que detenerse y verlo, atreverse, desde el respeto, a hablar con el mar, escucharlo, saber qué quiere. Y Xan Vieito lo hace; cada día busca al mar para que el mar lo encuentre a él, para que le entregue todos esos tesoros que le permitan afianzar el diálogo entre ambos una vez que esté en el estudio, en la intimidad. Es el hallazgo, el momento en el que el mar le deja compartir a quien lo merece aquello que guarda en su interior, que moldea en latidos interminables, en siglos y siglos de trabajo silencioso, y Xan Vieito lo merece, por su complicidad, por la sensibilidad al ver donde nadie suele ver. Y de ese milagro también nos quiere hacer partícipes a todos nosotros para que reconozcamos otro universo de creación, una cautivadora poética que hace de ese mar el ‘M-eu-mar’, una amistad llevada a la sala de exposiciones pero sobre todo, llevada a todas esas piezas convertidas en iconos y ofrendas a la naturaleza y a hacer de aquello que no existe, de aquello que no conocemos, algo real. Un rescate que no va a cesar de crecer cuando en la pieza se perciba lo que hay en ella, un relato, una vuelta al origen, la ancestral conversación entre el hombre y la naturaleza, porque la naturaleza precisa estos rescates, estas aportaciones que vuelven visible lo invisible, y aquí el artista va a trabajar como si se tratase de una superficie habitual del quehacer artístico, pero con una salvedad, que el itinerario ya está escrito. Las coordenadas ya están planteadas, tan solo hay que sacarlas a la luz, dar cuerpo a lo que antes hizo el mar, y de ahí no puede moverse Xan Vieito, que no es poco, ya que es un privilegio pasar el trazo por donde antes dibujó el mayor artista de la historia. En su atalaya de la ría de Vigo escucha la sinfonía del mar, ese bramido con el que cada día convive Xan Vieito para, al igual que en el poema de Ramón Cabanillas, esperar a que el mar en calma, que es cuando en realidad habla el mar, deje caer sus lágrimas, sus hadas llenas de una imaginación que de ahora en adelante convivirá con la del artista, en un proceso que remozará la osadía de ambos y los convertirá prácticamente en amantes de cara al infinito.
II Juntos …
y juntos somos completos como un solo río, como una sola arena. (‘El alfarero’. Pablo Neruda)
Descubre Xan Vieito sus conquistas. Coloca en su taller esos restos del naufragio para, juntos, aumentar en la búsqueda de un nuevo canal de expresión. Allí también se encuentran sus pinturas, pacientes, esperando su turno. Ellas asisten perplejas a esa hilera de conchas, a esos fragmentos de la naturaleza que, como pequeños lienzos, serán superficies para el trabajo, para desentrañar un misterio dentro de otro misterio. El misterio de la creación en el duramen de lo ya creado. Mira Xan Vieito, acaricia el interior de esas conchas, palpa una superficie en la que en breve comienzan a surgir sombras primero y líneas después. Son necesarios unos segundos o unos minutos para comprobar aquello que dibujó allí el mar durante siglos y siglos. Es entonces cuando el arte comienza a obrar el milagro, a revelar formas, a contar un relato que permanecía olvidado. Ambos mundos trabajando juntos, en una simbiosis en la que el mar pone el misterio, la textura e incluso el color, mientras que el artista únicamente se limita a marcar un trazo. Un gesto muy limitado y controlado por el propio mar, siempre presente, aunque estemos fuera de su dominio. Él sigue marcando su lugar y las posibilidades que dejan impresas sus insinuaciones. Lo hace también con sus colores, tonalidades que se posan en esas conchas y con las que el artista humano juega también sabiamente, ya que sabe que nunca las podría alcanzar. Y ¿qué me dicen de las texturas? No fue en vano lo que ha hecho el mar a lo largo de la historia, de tanto ir y venir para convertir una parte suya, por pequeña que sea, en una obra de arte en sí. Casi pequeñas esculturas, relieves, formas tridimensionales, labradas por el agua salada, por la arena, por el viento, por las corrientes y los efectos del agua y en las que el artista puede trabajar el hueco y el vacío, las sombras y las luces formando un conjunto lleno de magia, una especie de invocación a la naturaleza y a su carácter como cuna del ser humano. En ella empezó todo y a ella todavía pertenece lo que realmente tiene importancia. Seres fantásticos, mitologías, narraciones, hombres… todo un imaginario que surge de ese trabajo simbiótico que tiene lugar en el estudio de Xan Vieito. Los lienzos se frotan los ojos, tienen competencia en aquellos pequeños objetos que creían que no serían más que unos objetos decorativos. Un nuevo ejemplo de creerse superiores, al igual que nosotros mismos cuando paseamos por la playa y ante una de esas conchas tan solo mostramos indiferencia o, como mucho, la cogemos para lanzarla lejos al mar. Seguro que tras esta exposición nos lo pensaremos un par de veces y tal vez, la próxima vez que nos encontremos una la cogeremos en la mano, la tocaremos y durante unos segundos miraremos en su interior para intentar descubrir qué nos tiene que decir. Xan Vieito emplea para su dibujo un lápiz acuarelable, una sustancia acuosa que conjuga mucho mejor con aquello que procede del mar al no ser un elemento agresivo que choque a la mirada del espectador. Ese dibujo es simplemente la recuperación de la memoria del mar, fijar en nuestra retina aquello que ya había dibujado, que había imaginado con su vaivén interminable de olas, con sus ajetreadas espumas o con una brisa que junto con la arena esculpe y dibuja; en definitiva, crea en un primer momento para sí mismo pero luego se extrapola a todos nosotros. Es el tiempo largo la conjunción de hombre y naturaleza, el “ser completo” cantado por Pablo Neruda asomado a otro mar y articulando también, con las conchas que llegaban a los pies de su poesía, una especie de santuario desde el que acercarse a escuchar, en cada uno de esos nácares, el crepitar del hombre frente al mundo, como quien mira un océano infinito, inagotable. De esa misma manera busca Xan Vieito escuchar al mar, hacer de esa dimensión atemporal el canal desde el cual interesarse por el propio hombre, primero con el disfrute del hecho… ¡Hay que ver la cara que pone Xan Vieito cuando lleva un cierto tiempo mirando estas piezas! ¡Qué sensación de bienestar irradia su rostro! Todo por hablar con el mar, por escucharlo y saber qué le quería decir. Una complicidad que no otorga más que satisfacciones, placeres que surgen de algo tan pequeño, tan frágil, que es capaz, una vez que aumenta en su potencialidad artística, de convertirse en una atrevida obra de arte que, como piezas prehistóricas, explican miles de años de evolución y eslabones entre el hombre y la naturaleza. La pieza de arte ya está hecha, rematada, ahora le toca presentarse ante nosotros, ser la muestra de lo que hombre y mar pueden llegar a hacer juntos. Una armonía creativa que distingue a Xan Vieito de cualquier otro creador, de cualquier otra mirada a nuestro alrededor, tantas veces tan alejado de nosotros, y que en ocasiones, como la que nos ocupa, se convierte en soporte para la imaginación y canal para la creación humana.
III Regreso
“Quizá desconozca que estuve a punto de convertirme en marino, y solo los azares de la existencia me hicieron desistir”. (C. Debussy)
Escribo estas líneas entre el mar y la tierra con la
música de fondo de un poema sinfónico de Claude
Debussy llamado ‘El mar’. Evocaciones, atmósferas,
recuperaciones, sensaciones sumergidas en el alma que
emergen como una tabla salvavidas a la que aferrarse.
Un breviario en el que, en el caso de Xan Vieito, se
emplea como descanso de la pintura propiamente dicha.
Esos sonidos, resumidos en tres movimientos, son tres
inspiraciones en las que volcar el mundo de este artista.
Tres espacios de tiempo que nos llevan al hallazgo de la
pieza, el trabajo con ella y su devolución al mar. Un regreso
que, al igual que el héroe de la Odisea, está obligado
a hacer para entenderse a sí mismo, para conocer su
materia y aquello que lo convierte en único. Así es como
esas piezas regresan a su madre naturaleza para posar
con ellas, para enredar el tiempo largo del trabajo en el
taller con el tiempo corto con el que trabaja la marea sobre
la arena. Una conjura temporal que nos aboca a entender el
vínculo del objeto con su entorno, la mímesis de un lenguaje
común articulado por un tiempo que juega aquí un papel
crucial.
Tiempo y tiempos que confluyen en esas impresionantes
fotografías desde las que construir la geografía de un
itinerario ideado dentro y fuera, entre el infinito y lo finito,
para ahora ser imagen, testigo del doble recorrido. El nácar
reposa ya sobre la arena, o al lado de unos escollos. Arenas
y piedras húmedas por el ir y venir de las olas. Pequeños
agujeros en la arena, brillos en las rocas, materiales que
brotan en un paisaje latente, que respira vida, en el registro
notarial de un momento que hace que el tiempo se detenga,
pero también que se llene de sugerencias artísticas.
Texturas, trazos, materias, colores, abstracciones hechas
como una impredecible geografía de la naturaleza pero
que con nuestra complicidad crecen hasta ser una huella
repleta de una fuerte carga estética. La presencia de cada
una de esas conchas tras el diálogo con el artista convierte
esas miradas en reinvenciones de la naturaleza, en las que
el duramen del relato vuelve al paisaje en el que creció, y
a esas figuras, o a esas narraciones que empiezan a emitir
su canto de sirena para llevarnos ante ellas, regalar así
nuestros oídos y vista, y también, al igual que hiciese antes
el artista, escuchar lo que allí se contiene.
Es el diálogo entre el viento y el mar como llamó el músico
francés a uno de esos tres movimientos de ‘El mar’, un
diálogo en el que también tiene cabida el esperpento, la
mutación de caras que aparentan ser iguales y que en una
seriación se vuelven grotescas, prácticamente cabalísticas.
Caras que cambian, que gesticulan convirtiéndose en
máscaras, rostros teatrales agitados por lo que no deja de
ser una escenografía en la que se mueven todos esos seres
entre lo real y lo irreal, entre lo tangible y el sueño. Muchos
de esos personajes aparecen cuando Xan Vieito se da la
vuelta, cuando deja la pieza un tiempo tras intervenir en ella
para volver a verla y darle la aprobación necesaria, pese
a que en esas soledades todo parece cambiar, y aunque
solamente lo haga un poquito la pieza se convulsiona,
acelerando su proceso orgánico natural y los gestos se
alteran para, al verse en serie, convertirse en una secuencia
del esperpento.
Azares una vez más. Azares sumidos en el tiempo y en
su inexorable paso y que ahora vuelven a jugar a lo suyo,
a cambiar vidas, a hacer de un pintor de caballete un
marinero en tierra que recupera su deseo de surcar el
mar concha tras concha en un desfile de mitologías y
de historias que son el duramen de todos nosotros, la
evocación de nuestro pasado convertido en experiencia
artística, en ensoñación de un mundo como es el marino
teñido de leyendas que el mar nos escribe para cotejar
con nuestros propios relatos. El pincel de Xan Vieito se
dedica a rescatar esa escritura salada y ponerla al cobijo
del arte para dejar, al igual que hiciese el hombre primitivo
en las paredes de las cavernas, todo un relato de nuestro
mundo sintetizado en aquello que parece ser más débil
y efímero. Hablamos de un gesto, de un trazo, pero que
siglo tras siglo se revela como la expresión más sincera de
lo que en realidad somos: unos juguetes en manos de la
naturaleza que, con su fuerza y eternidad, nos convierte
en anécdotas de su alma. Espectadores frente al abismo
en una búsqueda romántica de lo inevitable, de nuestra
fugacidad frente a aquello que es imperecedero, aquello
de lo que nos habla el mar.